El Juicio final

Eran aproximadamente las 11 a.m. Estaba en casa de mis padres cuando, de repente, se emitió un anuncio por la radio. El mensaje decía que todos los seres humanos debíamos refugiarnos en nuestras casas. Había comenzado a abrirse un portal en medio del cielo y el fin del mundo había llegado.
El evento transcurrió de manera totalmente diferente a como siempre lo habíamos imaginado. El cine había entretenido a la gente con diversas propuestas sobre cómo sería el fin del mundo. Habían pasado años en esto, llegando al punto en que la humanidad ya no pensaba en el Juicio Final. Era un tema olvidado, ni siquiera se mencionaba en las películas.
Esa mañana, la televisión estaba encendida, y vimos cómo mostraba a través de cámaras sensoriales cómo se reflejaban los cuerpos de seres alados, ángeles. Eran millones, aunque no se podían ver a simple vista, en el modo sensorial se podían ver sus espectros alados en tonos rojos y azules, mientras cruzaban los cielos en todas direcciones. La gente se refugió en sus casas, el miedo se propagó. En casa estaba M, una amiga, tiritando de miedo, y muchos amigos llamaban para comprobar cómo estaban unos y otros. Había un estrés máximo en todas las personas, pero, a diferencia de lo que habíamos imaginado, en otros tiempos, cuando la humanidad llegaba a puntos elevados de estrés y la violencia solía estallar en las calles. Ahora no. La gente tenía miedo, pero no había protestas, no había autos circulando por las calles, nadie había ido al trabajo, nadie quería salir de sus casas.
Mis padres estaban viendo una película y no estaban muy preocupados, a diferencia de la gente. Mi papá había llevado la televisión a la habitación con mi mamá, y se habían preparado unas tortas y un tecito. Mi papá decía que toda la vida habían esperado el fin del mundo, y ahora que había llegado, era el momento de pasar un "buen fin del mundo". Yo, por mi parte, no tenía miedo, pero estaba preocupado. Me preguntaba si realmente sobreviviría. Esto era inesperado y muy diferente de lo imaginado y contado por teólogos, teóricos, filósofos, agnósticos y hasta aquellos que afirmaban tener la verdad absoluta sobre el tema. Esto era el Juicio Final, y había seres espirituales que se dejaban ver de un modo borroso, pero se dejaban ver. No era menor el caos, pero ese caos era silencioso.
Decidí que, dado cómo estaban las cosas, sería preferible ducharme. Al menos, si iba a enfrentar un juicio, prefería estar limpio. Ya se sabía que algunas personas habían desaparecido de manera imprevista, cualquiera de nosotros podía desaparecer en cualquier momento. Entré al baño y, cuando comencé a quitarme la ropa, sentí como si mi piel se desprendiera, aunque no había dolor. De repente, empecé a elevarme por el cielo a una altura de aproximadamente ochenta metros. En el cielo, un portal gigante se abrió lentamente, tan grande como el universo mismo. El cielo se oscureció. Cerré los ojos y, para mi sorpresa, la extraña fuerza que me atraía como un imán empezó a soltarme, y volví lentamente a la Tierra. Luego, en una fracción de segundo, la fuerza magnética, por decirlo de alguna manera, me atrajo de nuevo y subí a la velocidad de la luz. Entré por el gran portal oscuro que estaba en medio del cielo, oscuro como las imágenes que a menudo vemos del universo que los satélites nos muestran desde los confines de la galaxia. Aparecí de repente en un planeta idéntico a la Tierra. Pensé: "Esto es un mundo nuevo". Desde allí, observé cómo la Tierra se estaba cocinando como un huevo, y un aceite negro empezó a corroer las rocas, las colinas, la vegetación y todo lo que existía.
En este nuevo planeta, me encontré con algunos estudiantes, incluido Matías, quien se hacía llamar "Shadow" en la internet oscura y en los videojuegos. Estaba con un amigo, mirando al vacío. De repente, nos dijeron que debíamos entrar por una puerta para ser examinados. Estaba preocupado, no por mi familia, mi esposa o mi hija, solo me preocupaba cómo resultaría mi juicio. Todos sabíamos en ese lugar, mientras esperábamos en fila, que esa puerta era para entrar al juicio, el juicio de la humanidad. A los que llegaron primero los pusieron a trabajar, algunos como recepcionistas y otros como examinadores computacionales.
Ocurrió que había una especie de computación cuántica, el último gran descubrimiento que el hombre había hecho hace un par de años. La computación ya no era binaria; ahora era atómica. Antes, los datos y el procesamiento se realizaban en 0 y 1, en luz y no luz, algo más avanzado que el código morse. Aun así, habíamos inventado la inteligencia artificial. Con la transmisión cuántica, la cantidad de datos que se podían transmitir por segundo era trillones de veces mayor que con binarios. El avance había sido abismal. Cuando pasé por el primer examinador, me hicieron un escaneo y la computadora recopiló toda la información de mi vida. Cada milisegundo de vida estaba registrado, cada sueño, cada recuerdo desde bebé, las primeras imágenes, los primeros sonidos, todas las experiencias sensoriales, incluso desde el momento de la concepción en el vientre de mi madre. Estaban todas las palabras que había pronunciado desde que comencé a hablar, y si hablaba otros idiomas, también estaban registradas todas las palabras que había pronunciado en esos idiomas. Además, se almacenaba toda mi carga y la memoria genéticas de mis ancestros. Había personas cuyos datos eran muy extensos porque habían vivido más, leído más y viajado más. Por otro lado, había quienes habían vivido poco y no habían pensado mucho, por lo que sus datos eran más limitados. Por cada error que había cometido en mi vida, aparecía una X roja. El recuento de X rojas, sin duda, afectaría el juicio final y el veredicto. Me preguntaba si es ético juzgar los errores inconscientes o los derivados de la herencia genética. ¿Es justo evaluar a una persona por sus errores si su predisposición genética influyó significativamente en su comportamiento, haciéndola más o menos asertiva o errática? Pero en este lugar, pensé que ya no tenía derecho a pensar en lo que era ético. Mientras todas esas reflexiones cruzaban por mi mente, decidí que lo mejor era dejar de pensar y mantener mi mente en blanco. No quería aumentar mis X rojas por pensar de una u otra manera. El escaneo estaba completo. Me llevaron a una pequeña sala donde había otras cinco personas que no conocía. Había una televisión para mantenernos entretenidos mientras esperábamos. Pasaban un episodio de Tom y Jerry, en el que Tom se escondía en un árbol gigante y trataba de disfrazarse de zorro para que no lo descubrieran. Me quedé asombrado y pensé que, si Tom y Jerry habían sobrevivido a pesar de su influencia negativa en la mentalidad de los niños de todo el mundo, ¿por qué yo no podría sobrevivir? Continué esperando, ahora más tranquilo. Tal vez podría disfrazarme de zorro para pasar el juicio final.