Juan Farfán
Estaba Juan Farfán solo en medio del campo , apoyado en su horqueta de tres puntas, totalmente abstraído, mirando a la nada, cualquiera que pasara por ahí y lo viera, hubiese creído que era un espantapájaros, pero no, era un semihombre, lleno de nostalgia, con pantalones desteñidos y su chaqueta de una tonalidad de cuadro impresionista, sus ojos oscuros, su nariz arrugada y labios desgastados, con un rostro enjuto y miserable, con un cuerpo cansado y su esqueleto deforme, en medio de la inmensidad del cielo y la tierra; estaba frustrado y resignado, lleno de ansiedades, de incertidumbre y pesares, era un ser común y corriente, una mota de polvo sobre todo el polvo de la tierra. Juan Farfán era un semihombre ni muy emocional ni muy racional, su lógica nunca había sido certera, el tiempo le jugaba siempre una mala pasada, sus instintos tampoco habían servido de mucho, nunca había adivinado un solo año y las siembras, habían sido siempre un total desastre. Ese pesimismo con el que cargaba, esa culpa y ese sentimiento de fracaso , lo llevaban a sentir impotencia ante su propio destino, si tan solo una vez en la vida se decía Juan farfán, yo tuviera éxito y pudiera vivir esa comodidad tan placentera, con esos lujos ostentosos y esa felicidad acogedora, desenvolverme con soltura , engreído y sin temores, y mirar al futuro con desprecio, que todo va bien, sin preocupaciones, que todo es fluido, que nada se interpone… todo eso pensaba y deseaba fervientemente Juan Farfán, pero no en el racionalismo, sino más bien en la misma raíz de su ser, ahí, en lo más profundo lo anidaba, lo sentía, en el fondo de la fuente de su ser; El deseo, siempre ha sido tan poderoso dentro del corazón humano, cualquiera sea este anhelo, toma una grandeza tan arrolladora, que no hay forma de detener el impulso que logra sobre la carne; en ese ensimismamiento, y en ese instante en medio de la soledad del campo, el interior del alma de Farfán comenzó a trabajar, si, en la inconciencia y la cosmoconciencia-colectiva. El deseo comenzó a tomar vida propia y se apodero de su ser, se apodero de los objetos materiales, de los organismos que estaban a su alrededor; el cosmos puede dar la ocasión de cometer la peor atrocidad o el mayor acierto; y precisamente, aquella tarde veraniega, cuando el sol ya caía en el horizonte, detrás de los cerros azules, entre las nubes de fuego y los viñedos, la vida de Juan Farfán tuvo la oportunidad de elegir entre estos dos grandes dilemas. Saliendo de su dulce meditación, despertó de pronto a la realidad, le daban de lleno en la frente los rayos luminosos del sol, alcanzo a ver a la distancia de una milla por lo menos, por el camino de los cañones, una caravana de carretas, que se movía pesadamente, he iban dejando suspendido sobre el aire una niebla de polvo, poco a poco se fueron acercando, la caravana avanzo, hasta llegar al frente de su campo, y sin decir una palabra, se detuvieron al unísono, y de la primera carreta, se bajaron dos hombres y llamándolo le dijeron: ¡hombre acérquese! Clavo su horqueta en la tierra y lentamente, fue hacia los hombres; conversaron largamente con él, hasta que de pronto, todo el grupo se subió a la primera carreta de capa oscura y desteñida y no salieron por lo menos en una hora, cuando ya era de noche, bajaron de la carreta, con un baúl negro con entalladuras de cobre, de color gris oscuro, avejentado y ennegrecido. Los hombres entraron a la casa, depositaron el baúl y Farfán los dirigió a los potreros, tomaron los tres caballos y la poca siembra que había cosechado ese verano, los sacos de trigo, los sacos de lenteja, los granos de maíz, la cebada, como intercambio por el misterioso baúl, y retiraron de la casa todo objeto de valor que este tenía, la montura , las riendas, las espuelas , la manta castilla, al ver la escena parecía un saqueo, más que un intercambio o un negocio, pero Juan entregaba todas sus pertenecías como poseído de una locura atroz. Los hombres una vez que se aseguraron que todo estaba en orden y la carga bien compuesta, subieron a sus carretas y se marcharon. La caravana siguió su curso natural, hasta perderse entre los cerros, avanzando lentamente por el camino que va a la arboleda, Juan farfán, se sentía seguro de sí mismo, en lo que hacía, el aspecto penoso de su rostro se transformó a un rostro juvenil y alentado, estaba entusiasmado y alegre, no hablo una palabra a su esposa, que aterrada lo miraba como si estuviera experimentando un sueño, no se lo impidió, no se opuso, no hizo nada, no pudo, alguna fuerza desconocida la paralizo y le trabo la lengua, los brazos, y Alberto su hijo de 5 años, impávido observaba todo con asombro, sin decir una sola palabra, Juan Farfán se fue a dormir esa noche con el baúl negro a los pies de su cama. Al día siguiente, abrió el baúl, eran siete rocas redondas, relucientes, color esmeralda. Las miro por un buen rato y luego cerro la tapa con delicadeza, silente, sin hacer ruido, eran las piedras del pacto; había caído fácil en la tentación, había sido persuadido a una vida prospera, a una salida rápida de la miseria, había jugado ya sus cartas, había elegido una vida mejor, porque así son las cosas cuando se desean y se sienten, llegan súbitamente como una corriente electromagnética, tanto para el bien, como para el mal, solo basta con sentir profundamente. Guardo el baúl, y amenazo con castigar severamente a su hijo y a su esposa, si entraban a la habitación donde las piedras del pacto, desde ahora tendrían su morada, era un secreto que solo el, tenía derecho a ver, había vendido su alma a cambio de la prosperidad y ahora todo lo que él quisiera tener, lo tendría, y nada ni nadie podía interferir en su destino. Comenzaron a pasar los días , los meses, y los pensamientos y sueños del tranquilo solitario, callado y reflexivo Farfán, empezaron a transformarse, su conciencia empezó por atormentarlo, desesperadamente, sus angustia se hacían gigante en su alma, abigarrado, soñaba todas la noche embetunado de barro, y despertaba con alucinaciones, empezó a sentir que un poder se adueñaba de él, y poco a poco empezó a sentir emociones inexperimentadas, por el ser humano común, lujuria, deseos infames, instintos asesinos, y por sobre todo ambición, desvariaba y gritaba, La muerte y la vida, el mal y el bien, todo dentro de sí, supurándole las fibras de su ser, dañándole en su más ondas sensaciones y esta lucha desgarrada de su corazón, era una batalla de dioses dentro de el mismo, poco a poco fue cediendo a la ambición, fue perdiendo, y se entregó a la vehemencia total, completamente, y por fin después de mucho delirar, y sufrir numerosas convulsiones y espasmos de fiebre, habíase transformado, ya había nacido de nuevo, a su nueva vida, bajo el régimen de las piedras que ahora lo dominaban y desde ese instante ya no era el pan para su familia lo que él deseaba, no eran las cosechas abundantes, ni las bienaventuranzas, la comodidad y una buena vida, ¡no!, era la ambición perversa lo que el anhelaba ahora y esta se apodero de su carne, de sus fibras, ¡de sus huesos! Y vino un nuevo comienzo, para él, ahora hecho hombre, ya los pesares quedaron atrás, las frustraciones y el pesimismo, ya transformado, pasó a tener una seguridad en sí mismo que transmitía a través de su carácter huraño, orgulloso, engreído y arribista, ¿será que todos los hombres con estas cualidades tendrán un pacto con el diablo? Juan Farfán lo tenía, y durante los siguientes años ,todo era bendición para él, sus cosechas fueron abundantes, su dinero abultaba en su chaqueta, ahora ya no desteñida, ya no de cuadro impresionista, sino de cuadro surrealista, sus botas calzas, sus espuelas de plata y su caballo negro azabache, su casa, sus nuevos amigos ,todo eso y mucho más, inspiraba en los observadores, miedo y respeto, en otros repugnancia, porque tal cual él lo deseaba, despertó la envidia, de sus vecinos y su familia, repugnancia , porque sabían que el también hurgaba en el bajo mundo los placeres prohibidos que corrompen el alma, pero ¿qué más corrompida podía estar el alma de Juan farfán? Había llegado a ser el hombre que deseaba ser, ya no semihombre, a su modo de ver el mundo, era ahora, un hombre de verdad, las piedras habían hecho su trabajo. Sin embargo, todo en esta vida tiene su precio, el mal viene siempre a reclamar su parte, antes de volver al polvo, ya de generaciones anteriores a la nuestra esto ha quedado escrito en la conciencia colectiva, Farfán no lo tuvo en cuenta, todas las noches dormía sin atender a su conciencia, pero el plazo se acabó y había que pagar, la deuda estaba latente, tenía un hijo y un segundo venia en camino, al principio el mal vino por el primogénito, Alberto, vino a reclamar su sangre preciosa, durante varias noches lucho, se defendió, azotaba las paredes con espinos, decía todo tipo de improperios, pero el mal seguía ahí reclamando lo suyo, hasta que finalmente ya cansado, lo entrego, y poco a poco el chiquito de ocho años fue apagándose, enfriándose, hasta dejar de respirar; después de este macabro hecho ¿Cuál es el límite?. Farfán seguía empeñado en deshacerse de su conciencia, en borrarla, pero la conciencia no tiene lugar en el ser para ser borrada, está presente sencillamente, y martillazo tras martillazo su bien y su mal golpearon en su alma, pero la ambición prevaleció. No paso mucho tiempo, y el mal volvió en su aparición, una noche lúgubre y fría, y aunque esta vez Farfán se arrepintió por que el dolor le había derretido en parte su ambición, se entregó el mismo, el mal se obstino cruelmente, el pacto estaba hecho, su mujer era el precio, y no él, aunque imploró por misericordia, y lloró desconsoladamente ante su devenir tan trágico, lentamente su mujer y la criatura de su vientre ya al amanecer se extinguieron de la vida; en esta ocasión no describiremos lo terriblemente trágico que fueron estos sucesos en el Valle Hermoso, resulta muy doloroso hablar de cómo lloraba la gente que buscaba una explicación racional a estos hechos, de cómo sepultaron al niño Alberto en medio del desconsuelo total, sin embargo todo esta historia pueden ser corroborada por ustedes mismos señoras y señores lectores si tiene la osadía de entrevistarse con don Juan que esta ya viejo y cansado, triste y solo, con su chaqueta desteñida, aún vive para contarlo, ya no en el valle hermoso por cierto, atrás quedaron esos días, ahora suele recorrer nuestras calles por las noches, buscando a su hijo Alberto, ¿quién mejor que él sabrá explicar los designios de su corazón?