Revolución Interior

     Vivo enclaustrado en mi cuerpo, con mis dos ventanas en conmoción. La realidad succiona el tiempo, mi vida, mis huesos, mi carne y mi alma.
Veo horizontes llenos de sangre. La vida cotidiana aturde mis sentidos y, con el mero hecho de cargar con el amor que les falta a los pobres, me canso, me canso de ser hombre. La ternura nunca es suficiente para consolar los ríos de sangre que emanan del sistema que exprime al hombre. Sufro la muerte, sufro la pobreza, la injusticia, sufro a los errantes y perdidos.
El paraíso prometido es lejano y anhelante, escurridizo y desesperante. El día en que mi vida llegue finalmente a la eternidad y encuentre la paz, caeré en aquel piélago dulce y arrollador, para emerger una y otra vez, consciente, limpio y perdonado. ¿Será por eso que siempre estoy mirando hacia el horizonte, perplejo, a las náyades perdidas sobre las noches?
Colmado de insomnio, viejo y arruinado, sé que en algún puerto lejano encontraré mi verdad, y el insondable mar con sus muertos y pescadores me elevará en sus vaivenes. Aunque el tiempo me alcance y mi cuerpo se pudra, incluso en la inexistencia del polvo, iré en el tren del éter, iré incluso en forma de piedra hablando. Todo es lejano desde aquí. Sé que en algún barco perdido está esperando la flor para el florero.
Todas las generaciones pasadas han muerto, y yo camino sobre el polvo de nuestros antepasados. Aunque no sé dónde me encontrará el polvo a mí, deberé con mis alas abrazar el espacio que envuelve la vida en este mismo instante antes de caer.
Hoy en día, mi vida toma un giro repentino, tal vez. Pero estoy consciente de que las decisiones son como piedras sobre el agua y espejismos en el desierto. Todo está en mirar hacia el interior de nuestro ser para descubrir el destino que nos corresponde.
Los días se hacen eternos, y creo que he reflexionado lo suficiente. ¿Y qué resulta de toda esta revuelta interna? He dado incondicionalmente mi tiempo, he servido a la humanidad, o al menos a una parte de ella. Sin embargo, estoy cansado. ¿Deberé pretender un rumbo diferente en esta vida que me atormenta con el tiempo y la muerte? He buscado el sentido, para que todo lo que veo y vivo, todo lo que me rodea, toda la existencia misma tenga un valor y sea gratificante y reconfortante. Pero al final, esta búsqueda siempre termina en el vacío. Tal vez porque he buscado persiguiendo un ideal de cómo debería ser la existencia. ¿El resultado? El vacío más abismal. Ya se sabe, por cierto, que se han explorado los caminos más variados en la pasajera vida del hombre sobre la tierra. Desde los más antiguos ideales hasta ahora, han terminado en el olvido. Se han intentado mediante la masacre o el amor, igualmente da, pues han resultado en nada más que un miserable intento. La creencia en un Dios, la esperanza, la divina santidad del ser, las sabias palabras, los libros inspirados, todo esto hace que el hombre se proponga un propósito que no es el suyo. Sin embargo, hay que felicitar al hermano que, en su insignificancia, pretende tan gran cambio sobre la tierra.
Llueve al fondo de la ventana, la arboleda borrosa, los cipreses matizados con el verde profundo y noble, los fríos cristales de mi vida se resquebrajan con el sol emergente. La melancolía y la nostalgia me abruman y matan todo lo vivido, lo creído, lo hecho hasta ahora. Tengo la respiración desesperada y los vidrios empañados. Cada segundo que pasa es un ver de crueldad, sufrimiento y desesperanza. Los hombres y los demonios han transformado este mundo en un miserable caos, han oscurecido los días de nuestra juventud. ¿Y quiénes son estos hombres sino nosotros mismos? El hombre, en su obstinado propósito, respira sus propios intereses, y las ovejas son sacrificadas como siempre a modo de expiación para que funcione esta maquinaria hostil. Todo lo rodea un aire de superficialidad. Todo es abismo, trastorno, inferno.
Abrazo las palabras que han salvado a las almas perdidas, abrazo a aquellos otros perdidos que en algún tiempo lejano han buscado refugio como yo. Han buscado el escondite pacificador y purificador de los poetas, el único lugar donde se puede caer sin ser herido. Sediento bebo de la poesía reconfortante, y me dejo caer, borracho de delirio. No hay nada que pueda definir ahora. Estoy en un estado de inconciencia consciente. Vivo mi propia revolución interior.