El pulso de mi pueblo
Algo nos está intoxicando y lo bello que ocurre dentro de nuestro espacio no deja de ser más que algo abstracto.
Todas las ciudades y pueblos tienen un corazón, un aroma y un destino según la inteligencia y sabiduría de los que la habitan, y este pueblo en el que vivo no es la excepción.
Con los primeros rayos del sol comienzan a esfumarse las sombras de nuestros sueños, con las primeras imágenes del día comenzamos a ver de qué estamos hechos, cómo estamos construyendo y en qué estamos pensado.
El pitido de la fábrica marca el pulso, el paso del tren divide en dos el corazón del pueblo, las mujeres por la Avenida con sus bicicletas comienzan el recorrido a la cosecha, los trabajadores que limpian las calles han comenzado su labor, los perros callejeros inundan las veredas y persiguen a cualquiera que camine temprano. La vida ya está en curso. Huele a café dulce, reconfortante, huele a café quemado y amargo, huele a algún producto químico que trae el viento, mientras que en otros momentos huele a vómito, es el mismo café-vapor de la fábrica.
El casco antiguo de la ciudad poco a poco se va desvaneciendo, las paredes se resquebrajan y junto con ello los mensajes de protesta e inconformidad. Comienza a surgir una nueva generación que se levanta quizás más inconforme, más simple y peligrosa que la anterior que sencillamente fue sacrificada.
Sin embargo, dentro de todo lo que pasa día a día, hay una singularidad: un hombre ha estado pintando un mural por la calle Cousiño, avanza poco a poco, primero pinta el fondo blanco, luego líneas que no parecen significar nada, la gente pasa sin detenerse, con la cabeza mirando hacia el suelo o hacia al frente, tal vez miren de reojo los garabatos que empiezan a tomar forma, pero lamentablemente algún veneno ciega los pensamientos, quizás la rutina de hacer siempre lo mismo, de ida y vuelta al trabajo… Esa «mecanización del Ser» que ha impuesto el sistema de vida que tenemos actualmente nos lleva a «no tener tiempo» y, por lo tanto, a no detenernos a reflexionar qué está ocurriendo a nuestro alrededor, en el arte, en el futuro… Algo nos está intoxicando y lo bello que ocurre dentro de nuestro espacio no deja de ser más que algo abstracto que la mente esta cansada para querer interpretar.
La vida continúa, las imágenes que tuvimos durante el día se van perdiendo en el ocaso, las mujeres no descansan después de la cosecha, siguen cocinando, a los hombres los absorbe una pantalla, el licor, una duda, un pensamiento vacío… los niños juegan inocentes por las calles, nuestro pintor de la calle Cousiño ha desaparecido, el pulso de la fábrica sigue vivo, latiendo a cada cambio de turno, el tren de carga vuelve a rugir y retumbar en nuestro inconsciente las cosas que se han prometido, las campanadas de la iglesia nos dicen que el tiempo pasa y que todo lo que pudimos avanzar fue un grano en un centenar de Graneros.